Artículo de Luis Marín Sicilia
Manuel Contreras, en su habitual columna del ABC sevillano, publica hoy una anécdota de enorme significación en una España infectada por el cretinismo y la mediocridad de tanto advenedizo, cuyo ejemplo más palmario se concreta en la petulancia y falta de empatía de quien hoy preside el Gobierno de la nación. Contrapone Contreras, de una parte, la forma de conducirse el Rey de España, como un ciudadano anónimo más, que comparte unas jornadas de esquí con sus amigos en Sierra Nevada, sin alharacas ni cordones de seguridad, y de la otra con el teatro montado en torno a un rato de petanca vivido en Coslada por el presidente del Gobierno, simulando una espontaneidad ajena a la verdad, tal y como el despliegue policial y el blindaje del entorno pusieron de manifiesto.
A nadie debe extrañar, a estas alturas del esperpento, la vocación innata en Pedro Sánchez de querer engañar al personal con esa obsesiva tendencia a la mentira sin la cual parece no poder vivir. Los primeros que debieran haber sacado tal conclusión debieran haber sido sus propios compañeros de partido, a quienes pretendió engañar en un proceso electoral interno, llenando tras una cortina una urna favorable a sus tesis, antes de que se hubiera procedido a votar. Cogido en la trampa, perdió aquella batalla pero, aguerrido él, recorrió todas las casas del pueblo, convencido, porque es ambicioso pero no tonto, de que en la primaria tensión del militante de base tenía el granero de votos que le daría el poder y, una vez conseguido, facilitaría la conversión de un partido centenario de fuerte basamento democrático en un púlpito donde pastorearía, como así ha sido, a su antojo y sin posible contestación interna.
En pocos días Sánchez ha mostrado su convencimiento de que los españoles somos tan ingenuos tragándonos sus aparentes excursiones espontáneas, cuando la realidad es que todos saben ya de su incapacidad para soportar un simple paseo entre la gente si antes no se ha blindado el espacio por donde piensa exhibir su augusta persona. Un paseo en bicicleta, calle arriba calle abajo, acompañado por el alcalde de Valladolid, reservada para el exclusivo uso de ambos; un blindaje de un parque vallisoletano, con previa incorporación de unos pocos hooligan; una falsa partida de petanca en un parque semi-blindado, junto a unos presuntos pensionistas con carnet socialista, y la compra de un libro con el líder socialista catalán, Salvador Illa, seguida de un café previa “limpieza” de las mesas vecinas, han sido las salidas más recientes de un jefe del Ejecutivo para mezclarse con “la gente”, cuya mentira básica es que no había gente sino extras del espectáculo.
Porque a ese eslogan de “El Gobierno de la gente” habría que añadirle “pero sin la gente”. Ese afán cesarista, ese engreimiento contorneado, ese falso rictus acredita la impostura de cualquier muestra de cercanía con la ciudadanía. Sus actos cerrados, sus visitas “sorpresa”, sus paseos controlados, sus amplios cordones de seguridad, los perímetros blindados, las decenas de escoltas y las amplias comitivas de coches oscuros, además de plasmar la personalidad presuntuosa de Pedro Sánchez acentúan sus rasgos narcisistas, psicopáticos y maquiavélicos, tal como Félix Ovejero, y otros muchos, definen a su persona. Es lo que se conoce en Psicología como la “Tríada Oscura de la Personalidad”, tratándose de personas que no dudan en manipular, mentir y saltarse cualquier principio ético o moral para conseguir su objetivo, usando a las personas que le rodean en la medida en que estas le facilitan su éxito.
Son muchos personajes procedentes de la izquierda democrática los que vienen denunciando la deriva del sanchismo. Savater, Ovejero, Trapiello y un largo etcétera (a quienes hoy, como no podía ser menos, la izquierda tilda ahora de “fachas”) a los que se unen importantes socialistas desengañados por la deriva invasiva de todos los organismos e instituciones democráticas por parte de Sánchez y sus socios. El peligro que para el orden constitucional implica tal deriva es tan notorio y grave que las voces de alarma ya retumban en Bruselas.
La sociedad civil, a través de múltiples plataformas, viene advirtiendo al conjunto de la ciudadanía sobre el riesgo de que los procesos electorales de este año no reviertan la situación. España se juega mucho en ellos y debe exigir las responsabilidades compartidas por tantos y tantos socialistas que han mostrado su incapacidad para oponerse a la deriva sanchista. El exministro del PSOE Cesar Antonio Molina, bajo el título de ‘El estigma de Sánchez’, dejo escrito lo siguiente: “Lo votamos para castigar la corrupción. Hizo promesas. No cumplió. Nos engañó. Nos traicionó. Nos destruyó a votantes y militantes. Pactó con los enemigos del socialismo y de su propio país. Se convirtió en un autócrata.”
Este autócrata, tras blindar el correspondiente espacio, se pasea con unos pocos simulando hacerlo de forma espontánea para su mayor gloria y fama. Como dice Contreras, no hace falta contraponer su conducta con la naturalidad, el anonimato y la ausencia de boato por parte de Felipe VI esquiando en Sierra Nevada. En efecto, en casos como estos, sobran las palabras. Y, sin hacer comparaciones, todo el mundo lo entiende.