Este fin de semana, en Lérida, el 29 Congreso de ERC aprobó una propuesta sobre un denominado “acuerdo de claridad” cuya pretensión última es celebrar un referéndum sobre la independencia de Cataluña, la cual se produciría si el 55 % de los participantes (al menos la mitad del censo electoral catalán) votaran a favor. El presidente Pere Aragonés exigió al Estado español (del que forma parte) que deje de tratar a Cataluña como “menor de edad” y facilite dicho referéndum. Todo muy en la línea de la “normalización” de Cataluña que Pedro Sánchez quiere vendernos como un logro de su política de apaciguamiento.
La realidad política va por otro camino. Si los propios proponentes entienden que, votando la mitad de los catalanes, basta conque un pírrico 55 % de ellos opte por la independencia, es porque saben que la realidad social va por otra senda, por muy en silencio que se mantenga por el momento. Porque en el fondo lo que proponen es que con un 27,5 % de la ciudadanía a favor se pueda desenganchar Cataluña del proyecto de vida en común que define a la nación española. O sea, estos vividores del “negoci” independentista pretenden que apenas 2.060.000 catalanes decidan cómo es una España de 47.500.000 habitantes. ¿Hasta cuándo va a seguir jugándose con un absurdo de tamaña dimensión? España son siglos de convivencia de distintas culturas e identidades que han sabido crear un espacio común donde la variedad, incluso lingüística, es una de sus grandes riquezas. ¿Hasta cuando unos pocos vividores van a jugar con el sentir abrumadoramente mayoritario de quienes tiene multitud de lazos y afectos entre todos los pueblos de España? ¿Por qué vamos a seguir tolerando que una minoría controle todos los resortes institucionales del poder para fomentar un sentimiento de aversión hacia el resto del Estado español? ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI, en contra del derecho internacional y de las resoluciones de la ONU, se pretenda la ruptura de la nación más antigua de occidente? ¿Cómo un Gobierno puede sostenerse a base de concesiones a los autores de un golpe institucional contra la permanencia del propio Estado?.
Hay que decirlo de modo claro y rotundo: el separatismo catalán se ha convertido en un negocio, un “negoci de la pela” en beneficio de unos pocos a los que, desgraciadamente, el socialismo catalán y español le sirven de testaferros. Como dice el catedrático Francesc de Carreras, “entre los catalanes no nacionalistas cunde el pánico” y, según él, ello es debido a que los socialistas han optado por participar de las ubres del poder, gobernando con el separatismo de ERC y el populismo de Colau, dimitiendo el PSC de su alineamiento con el constitucionalismo. La orfandad política de los constitucionalistas quedó patente en las últimas elecciones autonómicas: Solo participó el 51 % del censo frente a casi el 80 % que lo hizo cuando Ciudadanos gano las elecciones. Ese vacío, ese 30 % de electores catalanes, necesitan mensajes de concordia y respeto a la Constitución, algo que el PSC hoy no puede dar tras la deriva del sanchismo y la trayectoria anticonstitucional de muchos militantes, algunos de los cuales, como los concejales de Pineda de Mar, Aragonés y Masnou, han sido juzgados por delitos de odio y discriminación al amenazar con el cierre del hotel donde se hospedaban policías nacionales con motivo de la consulta ilegal del 1 de octubre de 2017, exigiendo la expulsión de los mismos.
Hoy no ofrece ninguna duda de que el PSC, gracias a Pedro Sánchez, se ha convertido en el testaferro del “negoci independentista” y quiere participar de sus ventajas. La traición al electorado natural de los catalanes no nacionalistas por parte del partido socialista (que constituía la mayor parte de su electorado) lo pone de manifiesto su afán por repetir el tripartito con los comunes y la esquerra, siguiendo la estela de aquel malhadado momento en que Zapatero y Maragall decidieron abrazar los postulados secesionistas más o menos disfrazados. Tiene razón Francesc de Carreras cuando discrepa de esa desinflamación que Sánchez atribuye a sus concesiones al secesionismo. La realidad es que, en opinión del catedrático, los excluyentes ganarán de nuevo “gracias a la colaboración socialista y a la incomparecencia del contrario” habida cuenta de la forma en que ha quedado desierta una oferta capaz de aglutinar a la mayoría de catalanes no nacionalistas. El hundimiento de Ciudadanos y la traición del PSC, que solo quiere participar de los cargos y del poder, han dejado huérfanos a la mitad al menos de los catalanes que no comulgan con la deriva actual.
Sin embargo, hay motivos para la esperanza. No tengo duda, como conocedor un poco de la realidad catalana, de que más de la mitad de los catalanes se sienten huérfanos porque el independentismo ha llegado a identificar a todos los catalanes con esa tendencia, ajena a la realidad pese a que la misma copa todas las instituciones y los medios informativos. Hay base electoral sobrada para vencer al independentismo y solo se necesita que algún grupo político sepa ahormar la inquietud cultural del pueblo catalán, fiel a su historia y a su personalidad, articulada con el buen sentido de su proyección y entendimiento con los demás miembros de la sociedad española.
Quizá la riqueza y variedad de España, y la tozudez de los secesionistas de distinta laya, tenga explicación en las palabras de Julia Calvet, una joven universitaria que preside la asociación “S’ha Acabat”. Nacida y criada en un entorno independentista, ha decidido enfrentarse con ideas y razón al independentismo. En declaraciones a El Mundo, la joven Calvet dice: “Había viajado por Europa, pero no a Madrid o Sevilla, por ejemplo. Cuando lo hice me di cuenta de que el odio que me habían vendido que nos tenían era falso y que España nos quiere y nos respeta. En mi casa solo se veía TV3 pero comencé a ver otros canales y a cuestionarme el discurso separatista”.
La joven había descubierto la única razón del separatismo para mantener el “negoci”: inventarse falsas mal querencias y odios hacia ellos para monopolizar las ventajas del poder. Y de esas ventajas quieren participar hoy sus testaferros; esos que los han indultado, han puesto su firma en la derogación del delito que cometieron y han rebajado las penas a quienes, como ellos, han malversado el dinero público.