Artículo de Luis Marín Sicilia
En Génesis 19, se describe la historia de la esposa de Lot que quedó convertida en estatua de sal por mirar atrás para contemplar la destrucción de Sodoma. El texto bíblico, que algunos estudiosos lo consideran un relato de tipo etiológico y de finalidad moralista, intenta dejar patente que mirar atrás ante un desastre no conduce a nada positivo y, por tanto, conviene no enredarse en exceso sobre hechos fatales que pertenecen a manifestaciones abominables de la condición humana.
A raíz de un mensaje ejemplar pronunciado por el Rey Felipe VI, con una profunda defensa del Estado de Derecho en un momento delicado para la permanencia del mismo ante la confrontación institucional, los socios de Pedro Sánchez han cargado contra dicho mensaje, cosa habitual en quienes quieren romper la unidad de la Nación que es la base del principio constitucional en que se fundamenta la soberanía del pueblo español. Entre los muchos exabruptos que quienes sostienen al Gobierno han dirigido contra el Rey y contra su mensaje, el del portavoz del separatismo catalán, Gabriel Rufián, tuvo una especial significación porque, al publicar una foto de Felipe VI, cuando era un niño, saludando a Franco apostillaba que “No hay que olvidar los orígenes”. Ello dio pie a un hilo en Internet donde la agudeza intelectual de Pérez Reverte confirmó que, en efecto, los orígenes no deben olvidarse, para lo cual reprodujo una imagen que denotaba la raíz fascista del partido que representa el tal Rufián.
El abuelo de José Aragonés, alcalde franquista, y su nieto
El hijo y nieto de obreros de la emigración andaluza, que parece abominar de sus raíces al encuadrarse en una formación insolidaria y excluyente ajena a los principios de igualdad y solidaridad que debieran inspirar a quienes se califican de izquierdas, ha escogido, al parecer, el cómodo camino de los charnegos errantes convirtiéndose a la fe separatista lo que acredita, una vez más, que los conversos son los más radicales en las doctrinas absolutistas. Cualquier andaluz cuyos ancestros hubieran llevado a cabo, con su esfuerzo y dedicación, el progreso económico de la Cataluña franquista, además de sentirse participe de su obra reclamaría para su tierra de origen una política inversora por parte de las administraciones públicas similar a la que el denostado franquismo realizó en Cataluña. Entre otras cosas, por razones de estricta justicia distributiva y para corresponder al esfuerzo de tantos andaluces que dejaron su tierra para volcar su esfuerzo en el engrandecimiento del nordeste español. En contra de ese mínimo respeto al sudor de sus ascendientes, algunos como Rufián han decidido embarcarse en el separatismo más irredento y sectario que hoy tiene secuestrado al presidente del Gobierno de España.
El hijo y nieto de jornaleros andaluces ha atornillado su futuro político con quienes, en su día, también supieron succionar las ubres del Estado franquista. Porque, si se trata de “no olvidar los orígenes”, el señor Rufián debiera saber que el presidente de la Generalitat y líder de su ERC, Pere Aragonés, es nieto de un alcalde franquista, José Aragonés, fundador de Alianza Popular cuya familia, tal como los vecinos de su pueblo (Pineda de Mar) explicaron a David López Frías en El Español, es una de las “cuatro o cinco familias que tienen el dinero y mandan; son los terratenientes que puso Franco”. Los Aragonés, uno de cuyos miembros dirige el partido de Rufián, levantaron con el franquismo un imperio económico, su abuelo fue el último alcalde franquista, y a principios de los años sesenta del siglo pasado (a lo mejor coincidiendo con la foto del joven Felipe con Franco) se le derrumbó el que iba a ser el hotel más grande de España, el Hotel Taurus, quedando sepultados una treintena de trabajadores, muriendo 18, casi todos emigrantes andaluces y extremeños. No hubo consecuencias penales para los Aragonés por el derrumbe, algo que a Jesús Gil, por algo parecido, le costó la cárcel.
Hoy los Aragonés tienen un importante entramado hotelero y fueron unos de los grandes beneficiados de la amnistía fiscal del Gobierno de Rajoy, trayéndose empresas desde el paraíso fiscal de Curazao en las Antillas Holandesas en 2014. Mientras se acogían a la misma, el hoy presidente de la Generalitat decía que “España robaba a los catalanes”. Si a Rufián no le gusta que el entonces infante Felipe saludara a Franco, debiera ser igualmente exigente con sus correligionarios que hicieron su patrimonio a las ubres del franquismo y con el sudor de sus ancestros emigrantes.
Jugar con las cartas marcadas del ventajismo político es una de las grandes incongruencias de la izquierda española. Los intereses económicos de los partidos secesionistas sostienen hoy al Gobierno de España, de la misma forma que, con su habilidad secular, supieron exprimir al franquismo en beneficio propio. El resto podemos chuparnos el dedo, que es lo que Sánchez y sus mariachis pretenden, o no caer en la trampa de sus debates accesorios que nos saquen del debate general: el de la realidad de que todos los españoles somos iguales ante la ley, que el que la hace la paga en un Estado de Derecho, y de que no nos van a entretener con cuestiones pasadas que nada aportan al futuro del país. Cada uno tiene la historia que tiene y, en la vida y en la política, cada cual responde de sus propios actos sin tener por qué rendir cuentas de aquello que le es ajeno.
Para no quedar como la mujer de Lot, inmóviles cual estatuas de sal, ya está bien de remover el pasado con fines descalificatorios y sectarios. La historia está para valorar lo bueno de la permanente realización del ser humano y de su lucha por la libertad, extraer aquellas lecciones que mejoren nuestra condición y aherrojar al sumidero de la indignidad todo aquello que perturba la convivencia, el diálogo y el sosiego. Eso fue la Transición y, por mucho que algunos se empeñen, no van a doblegar la voluntad de los españoles de que sus valores sigan plenamente vigentes. Porque es eso lo que quieren los ciudadanos y no la cerrazón con lo peor de un pasado que debemos superar.