Artículo de Luis Marín Sicilia
La noche del 24 de noviembre último, un PSOE a la búlgara, con la misma actitud borreguil de los miembros de la asamblea de la depuración del partido comunista chino, actuando con nocturnidad, alevosía y premeditación, emitió la balada de los borregos eliminando el delito de sedición de nuestro Código Penal y poniendo su firma, como un solo hombre, al pie del texto escrito por los delincuentes golpistas que zarandearon la unidad nacional y el prestigio de nuestras instituciones. Poco después, también como un solo hombre, aplaudieron que los herederos de ETA expulsaran de las carreteras navarras a la Guardia Civil, el prestigioso instituto español que entregó muchas vidas, heroicamente, para que muchos políticos socialistas no fueran vilmente asesinados por los colegas de quienes hoy pactaban con el sanchismo tamaña afrenta al decoro y a la dignidad de una nación herida.
Ese espectáculo infumable para la conciencia de una sociedad democrática tuvo su punto culminante con la puesta en pie de toda la bancada socialista, alardeando de que “aquí estamos todos” dispuestos a suscribir tamaña felonía. Estaban todos, si, hundidos en el fango y la indignidad. Pero a cada uno de ellos se le exigirá, en su respectivo distrito que explique, la traición a los compromisos electorales burlados de endurecer las penas contra los golpistas y la perfidia, esa maldad suprema, que han cometido con un cuerpo que entregó cientos de vidas por asegurar la convivencia y que hoy expulsan de Navarra los amigos de sus verdugos con la insultante expresión de “circulen”.
Dicen algunas crónicas parlamentarias de “la noche de la infamia” que algunos diputados socialistas alardeaban de ser el “sanchismo leninismo”. Como diría Trapiello, ese esperpento solo es posible desde la ingenuidad o el cinismo en que se haya sumergido todo lo que hoy orbita alrededor del actual partido socialista, especialmente entre sus potenciales votantes. Esos potenciales votantes, de los que Trapiello confiesa haber formado parte desde la ingenuidad o el cinismo, y de los que el escritor cree que depende el futuro político de España. Unos votantes que, según Cebrián, fueron olvidados por el PSOE sanchista que solo ha mirado a sus militantes, ese grupúsculo de individuos que defienden el pan que los alimenta balando como borregos.
Ni una sola voz procedente de la bancada socialista tiene la dignidad de hacer frente al progresivo deterioro de las instituciones que van desarmando al Estado de todos los mecanismos que garantizan el equilibrio de poderes y la defensa del orden constitucional. Se prescinde de los órganos consultivos para los proyectos legislativos. Se acortan sin rubor los trámites parlamentarios…. Todo se supedita al afán de poder de un personaje ambicioso sin límites morales. ¿Para qué vamos a seguir pagando organismos que son orillados en sus funciones institucionales por el sanchismo? El Consejo de Estado, el Consejo General del Poder Judicial, el Consejo de Fiscales, los consejos reguladores de las diversas actividades económicas y financieras, los tribunales de cuentas,… ¿para qué gastar tanto dinero en ellos, si al final Sánchez hace lo que le da la gana?.
Desde la oposición ya ha dicho Feijoo que revertirá la situación derogando todas las tropelías legislativas del sanchismo. Bien haría de tenerlas perfectamente estructuradas para que sean los primeros textos legislativos que apruebe su gobierno si alcanzara el poder. Porque es de tal envergadura el desarme del Estado que la balada sanchista ha perpetrado, que no puede demorarse la aprobación de medidas que protejan jurídicamente el orden constitucional. Porque la mayor insolvencia es confiarlo todo, como proclama Sánchez, a una hipotética aplicación del artículo 155 de la Constitución, ya que esta habría de hacerse contra los socios que lo sostienen, y ya sabemos el orden de prioridades del líder populista en que ha degenerado el presidente del Gobierno.
La protección al orden constitucional ha de hacerse por la vía de proteger al bien jurídico que es la soberanía nacional y la unidad territorial, tal como establece el artículo 2º de la norma suprema, ese que ha debilitado la balada de los borregos. La poca vergüenza de suprimir el delito de sedición amparándose en una falsa transposición de directivas europeas es, por si misma, expresión de la ausencia de respeto a cualquier principio normativo. Por ello, bien haría el PP de articular, incluso en campaña electoral, su propuesta de penalización de todas las actitudes que, en base a criterios anticonstitucionales de autodeterminación, pongan en riesgo la unidad nacional. Y para ello le bastaría con copiar cualquiera de los textos legales de todos los países que tienen medidas legislativas sobre el particular. Porque la realidad es que sólo tres países, de los 193 reconocidos por las Naciones Unidas, aceptan la secesión de una parte de su territorio: Liechtenstein, Etiopía y el estado insular caribeño de San Cristóbal y Nevis.
El hecho de que en España no estén prohibidos los partidos separatistas (como en la práctica ocurre con Francia, Alemania o Portugal, por citar los más próximos) no implica que los partidos separatistas españoles puedan unilateralmente proceder a segregar parte del territorio nacional. Ello exige una decisión en tal sentido de la soberanía nacional que reside en “el conjunto del pueblo español”. Es decir, tendría que aceptarse por los españoles las modificación constitucional pertinente que habilitara dicha separación. En este sentido cabe recordar una anécdota (que se atribuía a Alfonso Guerra) según la cual, en aquellos momentos de viles asesinatos etarras, al ser preguntado por cuál podría ser el final del separatismo vasco comentó que sería mediante un referéndum “en el que se votaría si en todas partes menos en el País Vasco, que se opondría a la separación”. Ello dibujaba el hartazgo del resto de España con las ilegales reclamaciones. Y ese hartazgo se está configurando también con tantas cesiones ante los desvaríos de los separatistas catalanes. Solamente la certeza de que son mayoría, por muy silenciados que estén, los que abominan de ello y la decisión de no dejarlos solos ante los desafueros que padecen, reafirma la firme voluntad de mantener hiniesta la soberanía del pueblo español en todo su territorio.
Es triste que el sanchismo esté dando alas a los enemigos de España, tal como se regodea Arnaldo Otegui. Y todo ello por apoyar unos presupuestos irreales, unos presupuestos que según todos los analistas nacen muertos porque parten de unas cuentas erróneas al tener en cuenta unas cifras de crecimiento y actividad económica que niegan, ante una recesión de caballo, todos los institutos solventes, el último de ellos JP Morgan. A cambio de unas cuentas del Gran Capitán, Sánchez ha entregado a los golpistas las llaves de una nueva intentona. Porque se trata de que, cuando Oriol Junqueras y su gente cumplan su palabra volviéndolo a hacer, el Estado este desarmado al no haber ningún horizonte penal que le ponga freno.
Cuando llamen a las urnas la ciudadanía debe tenerlo claro: quienes balaron como borregos desarmando al Estado son los socios de los separatistas. Esos que, sin rubor, ensalzan a Sánchez porque nunca estarán mejor que con el, convencidos de que seguirán sacándole jugosos beneficios a costa del resto de los españoles. Nadie debe llamarse a engaño: Sánchez es el candidato de la ruptura constitucional hacia un modelo bolivariano. Por ello, Pedro Sánchez y su partido socialista son los candidatos de la golpista ERC y la filoetarra Bildu. A eso lo ha llevado la balada de los borregos.