El relevo del Caudillo

Artículo de Luis Marín Sicilia 

 

Cuando hace poco, en un acto público, quien hoy preside el Gobierno de España alardeó de que pasaría a la historia por haber exhumado los restos de Franco, pretendiendo, decía, “reivindicar un legado de luz”, muchos quedaron sorprendidos por la comparativa dada la escasa influencia que, tanto los que inhuman como los que exhuman, han tenido en la historia de los pueblos, al tratarse de tareas subalternas encomendadas casi siempre a los subordinados de quienes tienen el mando. Hoy, después de la indudable trayectoria de quien ocupa la Moncloa, no cabe duda de lo que quiso decir: pasará a la historia por heredar los tintes totalitarios del caudillo exhumado.
No se trata solo de que cada día más gente tenga la convicción de la insoportable deriva totalitaria del presidente con menor apoyo directo de la democracia española, es que son muchas las personalidades de indudable trayectoria democrática, como el expresidente de la Comunidad de Madrid Joaquín Leguina (que consiguió tres mayorías absolutas desde planteamientos socialdemócratas propios de aquel PSOE de la Transición) los que no dudan en calificar a Pedro Sánchez como un caudillo al gobernar el partido centenario desde su única voluntad tras haber dinamitado sus estructuras democráticas. Y con el mismo afán, Pedro Sanchez no para en mientes para que toda la estructura institucional del Estado quede supeditada a su único interés.

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, el caudillo es un “dictador político” que “asume y mantiene todos los poderes del Estado”. Que esa es una vocación innata en Sánchez no ofrece hoy duda dada su tendencia a ejercer autocráticamente el poder, tal como ya acreditó cuando, de forma pública y contundente afirmó: “¿Y la Fiscalía de quién depende ? Pues eso”. Hoy tendría que añadir: “¿Y TVE de quién depende? ¿Y la Abogacía del Estado? ¿Y el CIS? ¿Y INDRA? ¿Y el CGPJ?…. ¿Y el TC? Pues eso”. Porque la invasión que está a punto de culminar sobre el poder judicial acabará con el equilibrio mínimo de poderes que define a las democracias, lo que pone negro sobre blanco dos cosas: una, su falta de respeto al orden constitucional. Y otra, más grave si cabe, que lo hace para satisfacer las ansias de quienes, sin rubor ni reserva, insisten en la ruptura de España, hasta haber tenido que soportar los españoles cómo presumían los separatistas, el mismo día de la Constitución en la que se ciscan, de depender el Gobierno de España de quienes no quieren ser españoles.

Resulta doblemente doloroso comprobar con qué descaro se coloca en el Tribunal Constitucional, que ha de resolver el conflicto sobre la constitucionalidad de los indultos, al exministro Campo. que elaboró el informe para concederlos, en un descarado ejercicio del “Juan Palomo” que ofende la sensibilidad democrática y la división de poderes. Y no digamos nada de la alto cargo Díaz Bueso que pasará de defender públicamente el derecho de autodeterminación inconstitucional a pronunciarse sobre las competencias exclusivas del Estado, siendo ella partidaria de reducirlas para que puedan convocarse referéndum, burlando la soberanía nacional.

Por mucho que el Gobierno y sus terminales mediáticas se empeñen, ni el PP ni ningún otro partido ha bloqueado la renovación de los miembros del Tribunal Constitucional, porque ningún artículo de la Constitución establece que sea obligatorio votar a un determinado candidato. El artículo 159,1 dice que el Congreso propondrá a cuatro miembros que deberán ser elegidos por las tres quintas partes de la Cámara, o sea por 210 diputados. El Senado elegirá también, por los tres quintos de sus miembros, a otros cuatro vocales del T.C. Son el Congreso y el Senado quienes tienen que hacer la propuesta. Y los señores diputados votarán a favor o en contra, según su libre criterio. Evidentemente, para alcanzar la mayoría cualificada exigida, los grupos políticos siempre han negociado para alcanzarla. Si desde que Sánchez gobierna, ha sido imposible el consenso sobre las personas concretas que serían aceptables, al menos para los tres quintos de diputados exigidos, solo puede atribuirse a quien ha traído a la política el sectarismo frentista al que le arrastran sus hipotecas con los populistas, los separatistas y los amigos de los terroristas. Es tan evidente esta circunstancia que Sánchez está cogido por quienes le auparon al poder y hoy le exigen sus contrapartidas, de ahí que, después de pactar con los que le quitarían el sueño, de indultar a los que jamás lo haría, de encamarse con Bildu pese a negarlo 50 veces, de suprimir el delito de sedición que prometió endurecer y de endulzar la malversación para que los separatistas vuelvan a competir electoralmente y se liberen de pagar el dinero sustraído ilegalmente, hoy facilita la invasión del Tribunal Constitucional para que algunos togados, que garanticen la mayoría, arrastren las togas por los polvorientos caminos de la legalidad prostituida y hagan posible el pago de todas las hipotecas que firmó el presidente más ambicioso y sectario que ha dado la reciente democracia española.

Para conocer lo más aproximadamente posible el inventario de fechorías perpetrado por el sanchismo, es decir el cúmulo de malas acciones que Pedro Sánchez y sus escuderos están llevando a cabo, basta recoger algunas frases salidas de labios de militantes socialistas, algunas con nombres y apellidos y otras suplicadas de anonimato pero recogidas en distintos medios:

“El presidente resulta radiactivo en nuestros territorios”.
“Nos hace un enorme daño la alianza con los separatistas”.
“Nos habría ido mejor con Javier Fernández al frente del PSOE y de España”
“No hay que cambiar nada en el Código Penal que les ahorre a los corruptos un solo día de condena”
“Está acordado con ERC que Junqueras pueda volver a hacer política y esto, para nosotros, es un punto de no retorno”
“Prometimos lo contrario: los golpistas cumplirían las penas íntegras, volverían a ser delito los referéndums ilegales, traeríamos a Puigdemont ante la Justicia. Y ahora los indultamos, eliminamos la sedición, facilitamos la vuelta libre de Puigdemont, ninguneamos a la Justicia y reducimos la malversación para que, encima, vuelvan a presentarse electoralmente en un escenario que les permita la impunidad si soliviantan la Constitución y utilizan las instituciones para dar un golpe de Estado”.

Lo grave de todo lo que, entre bisbíseos, cada vez se escucha más entre los socialistas es que nadie se atreve a poner freno a tantas fechorías perpetradas por Sánchez. Todos tragan y el caudillo se afianza. Posiblemente la exalcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, dé en la tecla sobre la razón última de tanto silencio cómplice cuando, en su libro “La joven política”, habla de los pelotas que pululan en torno a los liderazgos partidarios ya que, dice, “la gente que no tiene una carrera profesional, si cae en desgracia, no tiene ni seguro de desempleo”. Y esa debe ser la razón por la que Leguina argumenta que “hoy en el PSOE no hay estructura democrática. Pedro Sánchez aprobó, arrollando, unos estatutos que han hecho desaparecer los mandos intermedios. El Comité Federal no tiene ningún poder. Solo existen Sánchez y sus bases, y así hace lo que le da la gana”.

Como Sánchez no cuenta con el partido, convertido en una manada dependiente de sus fechorías, sin cuadros solventes ni comisiones de estudio, recurre al erario público, al dinero de todos los españoles, inundando la Moncloa, a decir de Raúl del Pozo, de cerca de dos mil asesores, reclutados seguramente entre sus amiguetes y conocidos para que intenten vestir con una vitola de solvencia intelectual sus continuos desafueros. Algunos barones socialistas empiezan a manifestarse enojados con la situación dependiente de quienes, como ERC, Bildu, Junts, BNG, CUP y Más País, en sede parlamentaria, ofendieron el Día de la Constitución a esta calificándola como “un instrumento para violar derechos básicos”. Pero ese grado de indignidad debiera tener sus consecuencias, si quieren prestar un servicio al interés nacional, más allá de su preocupación por las consecuencias que la deriva sanchista les pueda producir en sus expectativas electorales.

La profecía de Rubalcaba se está quedando corta sobre las desgracias que afectarían a España si Sánchez alcanzara el poder. El nuevo caudillo no manda al motorista, como Franco hacia, cuando hay que cesar a alguien. Se ha rodeado de tanto pelotas y advenedizos que le hacen la labor con mucha más rapidez y eficacia, tal como debió comprobar un viejo socialista como el aragonés Lambán. El desahogo, la arrogancia, la petulancia y la soberbia de un ambicioso sin límites es de tal envergadura que, si sus conmilitones siguen tragando su prepotencia, puede que terminen pagando aquella sentencia popular según la cual, cuando lleguen las urnas, a Sánchez y a su partido los va a votar Xapote. Al fin y al cabo, es el mejor candidato para los populistas bolivarianos, para los filoterroristas y para los separatistas. A todos ellos les interesa la permanencia de ese nuevo caudillo liderando el frente radical al que quiere arrastrar a la sociedad española.

 

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