Asesinar la democracia y esclavizar a los pueblos

Artículo de Francisco Rubiales

  • Si quiere saber como será nuestro mundo dentro de pocos años, contemple a China. Su modelo fascina al gran poder mundial, que ha decidido imponerlo
  • Muchos hablan del nuevo orden mundial, pero pocos conocen que es un diabólico proyecto del poder mundial para asesinar la democracia y esclavizar a los pueblos
  • Hace años que los grandes poderes que mueven los hilos del mundo desde la oscuridad decidieron que la democracia tiene que desaparecer y que el único sistema que puede gobernar el mundo del futuro es la tiranía. Desde entonces, casi todo lo que ocurre en el planeta va orientado a construir ese futuro tiránico que, según los poderosos, es imprescindible para que la raza humana sobreviva. El mundo que se acerca es una pesadilla sin derechos y sin libertades, con un Estado imponente que lo dominará todo, algo parecido a lo que hoy es China.

El modelo chino fascina al “gran poder” mundial, que lo ha adoptado para construir a su imagen el futuro de la Humanidad.

Los grandes traumas que sacuden el mundo, desde el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York y la resurrección del comunismo hasta la rebelión inquietante y violenta de los catalanes, incluyendo la llamada «Primavera árabe», las guerras de Afaganistán y de Irak, el Estado Islámico y la lluvia de atentados en las grandes ciudades, son parte de un plan perfectamente trazado para cambiar el mundo y sustituir el actual sistema democrático, basado en libertades y derechos, por otro mucho más férreo, dictatorial y sometido a la tiranía de gobiernos fieles a los grandes designios del poder mundial oculto.

Eso que llaman «El nuevo orden mundial» no es otra cosa que instaurar gobiernos autoritarios y contrarios a la democracia en todo el mundo, pero fieles al capitalismo y sometidos a la influencia de los mercados y de los grandes poderes ocultos que mueven los hilos.

Los que mandan detrás del escenario están cada día mas fascinados con el modelo político y económico de China, el llamado Comunismo de Mercado, una especie de capitalismo salvaje sin democracia, bajo el férreo control del Partido Comunista Chino, dominado por pragmáticos que creen que la mejor receta para conseguir el progreso es un gobierno comunista y una economía capitalista.

La democracia está siendo corrompida por los grandes poderes, que imponen a sus pueblos gobiernos corruptos de indeseables y tiranos travestidos de demócratas con el único fin de desprestigiar la democracia y poder sustituirla en el futuro, sin traumas, por una tiranía que prometa orden y decencia. La democracia es hoy el mayor estorbo para los designios de los grandes poderes mundiales.

Visto desde este prisma, gobernantes tan nefastos como los españoles Zapatero, Rajoy y Pedro Sánchez, verdugos de su pueblo y de su nación, así como los odiados nacionalismos llenos de odio que crecen en Cataluña y el País Vasco, no son otra cosa que una provocación a los ciudadanos para que desprecien la democracia y ansíen el cambio autoritario que exige el nuevo orden, que se presentará como el único capaz de liquidar esas iniquidades.

El voto de los ciudadanos, aunque frecuentemente manipulado y alterado por pucherazos impuestos, introduce sorpresas y cambios que a veces no convienen a los poderosos y los protocolos de las democracia retrasan y complican la toma de decisiones exigidas por el poder mundial. Hace mucho tiempo que los que mandan decidieron acabar con la democracia y lo están haciendo de manera implacable, a pesar de que ese sistema sigue siendo el más popular y deseado por los ciudadanos en todo el planeta.

Dicen los defensores del «nuevo orden mundial» que el mundo futuro, superpoblado y lleno de robots que sustituirán al hombre en muchos de los actuales puestos de trabajo, no puede ser democrático y que la inevitable división del mundo futuro en dos grupos enormemente diferentes, el de los ricos que ocuparán los puestos directivos y de alta responsabilidad y el de los pobres, con trabajos miserables o sin trabajo, recibiendo ayudas y subsidios estatales de supervivencia, hace necesario un gobierno fuerte, implacable y tan sólido que no pueda derribarse, capaz de imponer el orden y totalmente obediente a los intereses y órdenes del poder oculto que mueve el mundo.

Y siempre miran a China como el modelo perfecto a imitar. Si el mundo dependiera de ellos, ya estaría dominado por el «modelo chino», leal y obediente al capitalismo más salvaje, sometido a la autoridad suprema del Estado y poblado por ciudadanos indefensos, sometidos a un poder político que impondrá el pensamiento único y no admitirá la disidencia, la rebelión o la protesta.

China ha adoptado, desde hace tres décadas, un capitalismo «sui generis», que combina una forma de gobierno asentada en el partido único y la centralización del poder, un formato que los chinos han dado en identificar, más antes que ahora, como “socialismo de mercado”, buscando hacer simbólicamente amigables la hoz y martillo con el sistema capitalista. Es ese modelo chino el considerado como la opción política deseable frente a los desafíos que derivan de la denominada Cuarta Revolución Industrial, cuyas implicaciones abarcan, de manera radical, todos los ámbitos de la vida humana.

Hace poco, el capitalismo chino de la hoz y el martillo celebró, con un imponente desfile militar, el 70 aniversario de la llegada del Partido Comunista al poder en China, marcando una época, sobre todo durante el último cuarto de siglo, con Deng Xiaoping a la cabeza de cambios profundos que han desdibujado su perfil socialista, el que Mao y sus seguidores le trazaron. Además de armas de gran poder y alta tecnología, el régimen chino exhibió sus grandes logros: la economía se encuentra entra las que más crecen en el planeta (el PIB (que ha crecido a un promedio del 10% durante los últimos años), su creciente participación en la economía mundial, los niveles de consumo y en general todos los indicadores que suelen emplear los técnicos para medir los asuntos del desarrollo, incluso el esfuerzo descomunal invertido en la educación de su gente, todo ello sin rehuir, por cierto, su decidida participación en la carrera armamentista con Rusia y Estados Unidos.

Aunque todavía se observan cifras elevadas de desempleo, marcados desequilibrios regionales, niveles muy altos de contaminación ambiental, notable desigualdad social y otros datos que reflejan un desarrollo notable, pero con luces y sombras, el sistema chino consigue que más de cien millones de ciudadanos, aproximadamente, salgan cada año de la pobreza y se incorporen a la abundancia y el consumo, todo un hito de crecimiento espectacular.

China navega capitalismo en popa para convertirse en la primera potencia económica del planeta. Cuando eso ocurra, sonará la trompeta del poder y todo el mundo tendrá que adoptar, por las buenas o eficazmente presionado, un modelo similar al chino, sometido al poder mundial, con lo que el «Nuevo Orden» habrá triunfado y cambiado el mundo.

El gran drama de este proyecto infernal es que asesina la democracia y suprime las libertades y derechos ciudadanos ganados a lo largo y ancho de la Historia humana, casi siempre a costa de sacrificio y sangre.

El Partido Comunista Chino controla con brazo de hierro un gobierno despótico y funciona como la madre de todas las organizaciones y poderes. Su líder, Xi Jinping, concentra todos los poderes y, al menos en teoría, permanecerá en su puesto hasta que muera. La participación de la gente en los procesos sociales es muy limitada y la organización de los trabajadores y del pueblo es casi imposible. China está en manos de una «tecnodictadura» que antepone el crecimiento económico a los derechos y libertades, que capitanea una sociedad sin apenas derechos humanos y que impulsa un capitalismo de Estado con férreo autoritarismo político que es capaz de ofrecer estabilidad y altísimas tasas de crecimiento económico.

El mundo que conocemos, si los designios de los poderosos se cumplen, elegirá pronto el orden y la prosperidad a cambio de perder las libertades y los derechos. El camino que el poder impone es interpretado por los ciudadanos libres y defensores de los derechos como un claro triunfo del viejo comunismo sobre la vapuleada democracia.

Por desgracia, a la inmensa mayoría de los políticos del mundo les encanta el nuevo orden porque somete a los pueblos y eleva a la clase política hasta el cielo del poder y de los privilegios. Es una especie de sueño dorado para los mediocres y miserables que están gobernando el mundo actual en decenas de países, anteponiendo sus propios intereses al bien común, lo que convierte la futura victoria del «Nuevo orden» en casi inevitable.

El socialismo español, de la mano de Zapatero y Sánchez, se ha pasado con armas y bagajes al Nuevo Orden tiránico, traicionando su patriotismo, su ética y sus viejos valores. Muchos de sus militantes, fanatizados y galvanizados por el miedo ala derecha, ni se dan cuenta que el verdadero peligro son ellos mismos.

 

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