Artículo de Manuel Vicente Navas
- La ‘nueva política’, lejos de mejorar el sistema y propiciar la necesaria regeneración democrática, está derivando en una dinámica de incertidumbres que atenaza a la sociedad española, afectando gravemente a su toma de decisiones.
- Tres años después, la ‘nueva política’ nos lleva a añorar al viejo bipartidismo corrompido ya que nunca antes España había vivido una parálisis de tal magnitud como la que hoy sufre.
- Y si el siguiente resultado tampoco le gustara a “los cuatro irresponsables”, ¿habría que celebrar otras elecciones? Y así, ¿hasta cuándo? ¿Quizá hasta que el descontento de los ciudadanos les lleve a no votar?
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La dirigencia política española ha generado a lo largo de los años multitud de eslóganes y creencias que han sido asumidos por los ciudadanos como verdades ciertas sin necesidad de ser cuestionadas puesto que eran pronunciadas por políticos de algún prestigio a quienes se otorgaba total credibilidad. El último fenómeno de invención política que, sin embargo, se ha revelado como un gran fiasco ha sido aquella patraña de ‘la nueva política’ acuñada previamente a las elecciones de 2015 cuando Podemos y Ciudadanos irrumpían ante la sociedad española como relevos de unos partidos tradicionales a los que prácticamente se consideraba en fase de desaparición.
Tres años después, la ‘nueva política’ nos lleva a añorar al viejo bipartidismo corrompido ya que nunca antes España había vivido una parálisis de tal magnitud como la que hoy sufre, por culpa de una clase política incapaz de dedicarse a solucionar los problemas sociales, cuanto menos a vislumbrar aquellos otros que se están gestando y que pronto se convertirán en rémoras para nuestro desarrollo.
La ‘nueva política’, lejos de mejorar el sistema y propiciar la necesaria regeneración democrática, está derivando en una dinámica de incertidumbres que atenaza a la sociedad española, afectando gravemente a su toma de decisiones. A pesar de que los datos macro nos muestran una economía de cierto vigor, la verdad es que la actividad productiva se ciñe a la pujanza del sector turístico, cuya inherente temporalidad, precariedad laboral y escasa aportación de valor añadido restan fortaleza a la estructura económica nacional. Consecuencias de la endeblez económica de España son, desde la vertiente empresarial, la ausencia de inversiones en sectores productivos de mayor riesgo como el industrial o el tecnológico, y, desde un punto de vista social, la imposibilidad de adentrarse en proyectos personales de futuro como la formación de una familia.
Recientemente manifestaba el Presidente autonómico de Extremadura que “actualmente tenemos un problema de falta de empleo para las personas pero pronto tendremos un problema de falta de personas para los empleos”. Lamentablemente, su frase se queda en un brindis al sol, una declaración de intenciones sin plasmación real en políticas que otorguen confianza para que las generaciones nuevas de españoles no vean con miedo el hecho de tener descendientes. No sólo Guillermo Fernández Vara, todos los políticos españoles son conocedores de este problema nacional y de que su solución sólo puede proceder de acciones conjuntas de todas las administraciones en que -maldita sea la hora- se ha troceado a este país ya que un clima de desconfianza general no desaparece con ayuditas ni descuentos fiscales coyunturales sino con políticas integrales que ofrezcan un mínimo de seguridad futura.
En las actuales circunstancias de políticos cortoplacistas preocupados únicamente de conservar sus parcelas de poder es absurdo confiar en que problemas de tanta enjundia vayan a contar con su atención. La dirigencia nacional está demasiado atareada en resolver sus propios problemas. En primer lugar, sus dificultades para conservar el poder dentro de sus respectivos partidos. Precisamente los de la ‘nueva política’ están reproduciendo en este punto los mismos vicios que los tradicionales, sufriendo, tanto Podemos como Ciudadanos, escisiones y dimisiones de dirigentes descontentos con las actitudes autoritarias de sus líderes, Pablo Iglesias y Albert Rivera, quienes están quedando invalidados para mostrarse como regeneradores de la política nacional. Mientras tanto, en los partidos tradicionales, Pedro Sánchez y Pablo Casado se limitan a mirar cómo se desinflan sus oponentes ideológicos (Podemos y Vox) a la espera de una fusión por absorción en las próximas elecciones, a las cuales están deseosos de llegar aunque ello suponga mantener la parálisis del país.
Ésta es la verdadera preocupación de la indeseable clase política que nos gobierna mientras se agravan problemas estructurales como la debilidad de nuestra estructura económica -a pesar de que los índices de crecimiento sean positivos-, la insostenibilidad del sistema de pensiones o el dramático descenso de la natalidad. Su visión cortoplacista, sólo pendiente de los votos presentes y de lo que hace unos años definió Felipe González como “lo inmediático”, les incapacita para realizar análisis profundos que supongan soluciones a las cuestiones de fondo que impiden el desarrollo de la sociedad española como tal.
En estos momentos, es imposible imaginar a alguno de los cuatro últimos candidatos a la Presidencia del Gobierno adoptando decisiones del suficiente calado como para afrontar los problemas antes mencionados, pues ninguno de ellos nos ha mostrado las dosis de carisma y empaque personal como para confiar en sus habilidades para liderar el proceso de motivación que necesita la sociedad española. A poco que se atienda a sus pronunciamientos, se percibe de inmediato que ninguno de los cuatro líderes con alguna opción de Gobierno ofrece un proyecto ilusionante ni mensajes de motivación que eleven la confianza de los ciudadanos en sus cualidades sino que se limitan a despreciar y denostar las actuaciones de sus contrincantes, en los cuales delegan todas las responsabilidades que ninguno de ellos son capaces de asumir. El debate sobre la investidura de Pedro Sánchez lo está volviendo a poner de manifiesto.
Si, como es probable, dentro de unos meses se convocan otras elecciones generales, será porque “los cuatro irresponsables” han sido incapaces de aceptar la opinión expresada en las urnas por los ciudadanos, a los cuales devolverán la responsabilidad de volver a elegir a sus representantes en el Congreso para que se designe a un presidente del Gobierno. Y si el siguiente resultado tampoco le gustara a “los cuatro irresponsables”, ¿habría que celebrar otras elecciones? Y así, ¿hasta cuándo? ¿Quizá hasta que el descontento de los ciudadanos les lleve a no votar?
Paralizados por unos irresponsables
La dirigencia política española ha generado a lo largo de los años multitud de eslóganes y creencias que han sido asumidos por los ciudadanos como verdades ciertas sin necesidad de ser cuestionadas puesto que eran pronunciadas por políticos de algún prestigio a quienes se otorgaba total credibilidad. El último fenómeno de invención política que, sin embargo, se ha revelado como un gran fiasco ha sido aquella patraña de ‘la nueva política’ acuñada previamente a las elecciones de 2015 cuando Podemos y Ciudadanos irrumpían ante la sociedad española como relevos de unos partidos tradicionales a los que prácticamente se consideraba en fase de desaparición.
Tres años después, la ‘nueva política’ nos lleva a añorar al viejo bipartidismo corrompido ya que nunca antes España había vivido una parálisis de tal magnitud como la que hoy sufre, por culpa de una clase política incapaz de dedicarse a solucionar los problemas sociales, cuanto menos a vislumbrar aquellos otros que se están gestando y que pronto se convertirán en rémoras para nuestro desarrollo.
La ‘nueva política’, lejos de mejorar el sistema y propiciar la necesaria regeneración democrática, está derivando en una dinámica de incertidumbres que atenaza a la sociedad española, afectando gravemente a su toma de decisiones. A pesar de que los datos macro nos muestran una economía de cierto vigor, la verdad es que la actividad productiva se ciñe a la pujanza del sector turístico, cuya inherente temporalidad, precariedad laboral y escasa aportación de valor añadido restan fortaleza a la estructura económica nacional. Consecuencias de la endeblez económica de España son, desde la vertiente empresarial, la ausencia de inversiones en sectores productivos de mayor riesgo como el industrial o el tecnológico, y, desde un punto de vista social, la imposibilidad de adentrarse en proyectos personales de futuro como la formación de una familia.
Recientemente manifestaba el presidente autonómico de Extremadura que “actualmente tenemos un problema de falta de empleo para las personas pero pronto tendremos un problema de falta de personas para los empleos”. Lamentablemente, su frase se queda en un brindis al sol, una declaración de intenciones sin plasmación real en políticas que otorguen confianza para que las generaciones nuevas de españoles no vean con miedo el hecho de tener descendientes. No sólo Guillermo Fernández Vara, todos los políticos españoles son conocedores de este problema nacional y de que su solución sólo puede proceder de acciones conjuntas de todas las administraciones en que -maldita sea la hora- se ha troceado a este país ya que un clima de desconfianza general no desaparece con ayuditas ni descuentos fiscales coyunturales sino con políticas integrales que ofrezcan un mínimo de seguridad futura.
En las actuales circunstancias de políticos cortoplacistas preocupados únicamente de conservar sus parcelas de poder es absurdo confiar en que problemas de tanta enjundia vayan a contar con su atención. La dirigencia nacional está demasiado atareada en resolver sus propios problemas. En primer lugar, sus dificultades para conservar el poder dentro de sus respectivos partidos. Precisamente los de la ‘nueva política’ están reproduciendo en este punto los mismos vicios que los tradicionales, sufriendo, tanto Podemos como Ciudadanos, escisiones y dimisiones de dirigentes descontentos con las actitudes autoritarias de sus líderes, Pablo Iglesias y Albert Rivera, quienes están quedando invalidados para mostrarse como regeneradores de la política nacional. Mientras tanto, en los partidos tradicionales, Pedro Sánchez y Pablo Casado se limitan a mirar cómo se desinflan sus oponentes ideológicos (Podemos y Vox) a la espera de una fusión por absorción en las próximas elecciones, a las cuales están deseosos de llegar aunque ello suponga mantener la parálisis del país.
Ésta es la verdadera preocupación de la indeseable clase política que nos gobierna mientras se agravan problemas estructurales como la debilidad de nuestra estructura económica -a pesar de que los índices de crecimiento sean positivos-, la insostenibilidad del sistema de pensiones o el dramático descenso de la natalidad. Su visión cortoplacista, sólo pendiente de los votos presentes y de lo que hace unos años definió Felipe González como “lo inmediático”, les incapacita para realizar análisis profundos que supongan soluciones a las cuestiones de fondo que impiden el desarrollo de la sociedad española como tal.
En estos momentos, es imposible imaginar a alguno de los cuatro últimos candidatos a la Presidencia del Gobierno adoptando decisiones del suficiente calado como para afrontar los problemas antes mencionados, pues ninguno de ellos nos ha mostrado las dosis de carisma y empaque personal como para confiar en sus habilidades para liderar el proceso de motivación que necesita la sociedad española. A poco que se atienda a sus pronunciamientos, se percibe de inmediato que ninguno de los cuatro líderes con alguna opción de Gobierno ofrece un proyecto ilusionante ni mensajes de motivación que eleven la confianza de los ciudadanos en sus cualidades sino que se limitan a despreciar y denostar las actuaciones de sus contrincantes, en los cuales delegan todas las responsabilidades que ninguno de ellos son capaces de asumir. El debate sobre la investidura de Pedro Sánchez lo está volviendo a poner de manifiesto.
Si, como es probable, dentro de unos meses se convocan otras elecciones generales, será porque “los cuatro irresponsables” han sido incapaces de aceptar la opinión expresada en las urnas por los ciudadanos, a los cuales devolverán la responsabilidad de volver a elegir a sus representantes en el Congreso para que se designe a un presidente del Gobierno. Y si el siguiente resultado tampoco le gustara a “los cuatro irresponsables”, ¿habría que celebrar otras elecciones? Y así, ¿hasta cuándo? ¿Quizá hasta que el descontento de los ciudadanos les lleve a no votar?
De momento, el primer paso ya se ha dado, lo refleja el CIS en todos sus barómetros al situar a los políticos como el segundo problema para los españoles. Otra cuestión a la que nuestra dirigencia es incapaz de dar respuesta y ante la que los propios ciudadanos debemos actuar. Para eso nace Cincinatos.