Artículo de Luis Marín Sicilia
Tuvo que acceder a la presidencia del Gobierno un alumno de Rodríguez Zapatero tan aventajado como Pedro Sánchez, para que recordáramos, desde la nostalgia de una Transición hoy avasallada, aquellas sabias palabras de Martin Luther King afirmando que “hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no aprendimos aún el arte de vivir juntos”. Porque Sánchez no puede vivir si no es desde la trinchera y el frentismo. No se corta para desacreditar cualquier acto que implique una toma de postura desde sectores radicales de la derecha, pero no tiene ningún empacho en pactar, privilegiar y compadrear con lo más extremo y rupturista de la izquierda. Su trayectoria hará imposible un entendimiento, tan deseado y conveniente, entre los dos partidos mayoritarios del espectro político mientras él siga liderando el partido socialista. Los consensos de la Transición han saltado por los aires con Sánchez, después de que su precursor Zapatero colocara la primera bomba con aquellos pactos del Tinell imponiendo un cordón sanitario con la izquierda separatista catalana que hiciera imposible el acceso al poder del partido mayoritario del centro derecha español.
La filosofía de Pedro Sánchez es la que se desprende de aquellas palabras de Zapatero, tras la entrevista en televisión que le hizo Iñaki Gabilondo en campaña electoral, asegurando que “me conviene que haya más tensión”. Esa tensión de trincheras es la que sirve de base al líder sanchista en todas sus comparecencias y debates: ricos y pobres, buenos y malos, poderosos y vulnerables…, no hay puntos intermedios. Para este hombre solo hay extremos, el y los suyos en todo lo positivo y los otros en lo negativo, sin mezcla de bien alguno. Hoy tiene más fácil comprensión aquella postura obstruccionista del “no es no” que a la postre provocó, con su empecinamiento de no aceptar una gran coalición con el centro derecha en un momento de especial gravedad y crisis económica y social, el hecho de que su propio partido consiguiera su salida de la secretaría general.
Por aquellos tiempos de incertidumbre y grave crisis económica, varios países -como Alemania- recurrieron a la “gran coalición” entre los dos grandes partidos moderados, a derecha e izquierda del centro político, hecho que se ha repetido históricamente cuando riesgos de especial gravedad afectan a las democracias. Rajoy invitó a Sánchez a dicha coalición, con un programa consensuado, que fue insistentemente rechazado con la reiterada negativa de “si no entiende la palabra, se lo vuelvo a decir: no es no”. Expulsado de la dirección del PSOE, Sánchez decidió olvidarse de la moderación socialdemócrata y reconquistó el poder partidario gobernando, como dice Juan Luis Cebrián, para sus militantes y olvidándose de sus votantes. Así son sus pactos con antisistemas, populistas y secesionistas, con concesiones que, además de ir desmantelando los principios institucionales, cuestan ingentes cantidades al conjunto de la sociedad española para conseguir el apoyo presupuestario a costa del interés general. Un político no hipotecado por los rupturistas como es Sánchez, habría actuado como lo hizo el portugués Antonio Costa, líder de los socialistas lusos que, habiendo gobernado desde 2015 en coalición con comunistas y otros izquierdistas, convocó elecciones cuando sus coaligados practicaron exigencias inasumibles para el interés del país a cambio de apoyar los presupuestos. Elecciones que le dieron al partido socialista portugués la mayoría absoluta de que disfruta hoy. Es la conducta correcta de un político de Estado, muy alejada de la trayectoria de Sánchez cuyo descrédito e insolvencia arroja tales niveles que, comparativamente como dice Raúl del Pozo, es verdad que el Gobierno de Felipe González, como todos los gobiernos, cometió errores pero “no era un gobierno de aficionados impostores como el sanchismo”. Aficionados capitaneados por el político menos escrupuloso que ha dado la reciente democracia española.
Conviene recordar que Sánchez accedió al poder mediante una moción de censura por razones de corrupción. Su afán regenerador duró muy poco: cesó al ministro Maxim Huerta siete días después de nombrarlo porque se dio a conocer una leve infracción tributaria ocurrida doce años antes y subsanada con una declaración paralela. Y provocó la renuncia de otra ministra, Carmen Montón, tres meses después de ser nombrada por conocerse que había copiado en una tesis. Y ahí se acabó la ejemplaridad….. cuando empezó a saberse que el propio Sánchez tenía una tesis falsa.
Hoy el Gobierno sanchista está embarcado en salvar a corruptos. Eso sí, corruptos que son de su cuerda o que lo sostienen en el poder. Y lo hace de la manera más escandalosa y antidemocrática: recurriendo a un código penal que pretende sea modificado a la medida de los corruptos, hasta el extremo que son estos, sobre todo los condenados por intentar un golpe de Estado, los que dictan la norma que los libere de responsabilidades, dejando al prestigio de la Justicia española a un nivel tercermundista, y haciendo caso omiso a los estándares europeos que obligan a que todas las propuestas normativas que afecten a la Justicia o al Poder Judicial deben someterse a previo informe de los Consejos de Justicia de los estados miembros, cosa que el sanchismo incumple sistemáticamente recurriendo a proposiciones de ley partidarias que eviten la opinión de los órganos consultivos pertinentes. Las consecuencias son tan lamentables como reiterativas, siempre en perjuicio de la sociedad víctima de tanto sectarismo.
Desde su famoso y prepotente “¿de quién depende la Fiscalía?…. Pues eso” hemos asistido a la invasión sin freno de todas las instituciones que garantizan el debido funcionamiento del sistema democrático. Ocurre siempre que se antepone la ambición de poder al gobierno en libertad de un país democrático. Así se inicia la deriva hacia el autoritarismo y así surgen los gobernantes déspotas y sectarios. Esa deriva va tomando aspecto estructural en España, por lo que no es de extrañar que los institutos solventes estén rebajando la calidad democrática española. El prestigioso «The Economist» ha rebajado en su último ranking el nivel de calidad de la democracia en España, que ha pasado del calificativo de “democracia plena” al de “democracia defectuosa”. Hemos dejado de aparecer en el podio de las 21 democracias plenas mundiales, gracias al amante del populismo que se llama Pedro Sánchez. Un personaje que, con su afán divisorio, ha sido incapaz de aprender el arte de vivir juntos. Un individuo que, lejos de contestar a las preguntas de control parlamentario que le formula el líder de la oposición, se carcajea sin decoro como un chulo de barrio haría en un lupanar.